Entender la violencia digital como una modalidad de violencia de género contra las mujeres, implica la comprensión del espacio digital como un ámbito más de existencia humana que, como el resto de los ámbitos en los que existimos, tiene particularidades, genera sus propias dinámicas de vinculación e interacción entre personas, genera mecanismos de comunicación y formas de habitar el espacio que lo diferencian de otros espacios como el familiar, escolar, laboral o la vía pública, siendo entonces tan real como el resto. Esta comprensión, permite reconocer que el origen de la violencia de género está en el sistema patriarcal que permea todos los espacios donde se dan las relaciones humanas.
En el espacio digital pueden ocurrir casi todos los tipos de violencia de género: sexual, económica, psicológica, patrimonial, se puede inducir a la violencia física, entre otras. Pero también es posible que otros ámbitos hagan intersección con el ámbito digital. Por ejemplo, puede haber violencia escolar o laboral a través de los espacios digitales, ya que los grupos, colectivos y equipos de trabajo recrean en la virtualidad sus comunidades, modificando los vínculos únicamente en función de la lógica del contexto digital.
Entre las particularidades que determinan las interacciones en la virtualidad, se pueden enlistar: el acceso al contacto con otras personas en todo momento independientemente de su ubicación geográfica; la facilidad para agredir bajo el anonimato, para suplantar identidades, la posibilidad de viralizar contenidos, la persistencia en el tiempo de los contenidos por los obstáculos para su eliminación total; que el avance y masificación del uso de tecnologías va a una velocidad más rápida que el desarrollo de los mecanismos para regularla y que los espacios digitales de uso público son en su mayoría propiedad privada.
Todas las particularidades de este espacio están sujetas a un contexto geopolítico en la era digital.
